infierno digestivo

Gracias a Miguel por compartir su «infierno digestivo» con nosotros. Espero que sus experiencias os inspiren a todos para seguir trabajando hacia una salud y bienestar óptimos. Esta es la historia sobre el infierno digestivo de Miguel:

Un infierno digestivo

Hola, me llamo Miguel y tengo 28 años. Mi vida cambió de forma drástica en 2009 cuando estaba en mi último año de carrera. En los meses antes de comenzar con mi calvario me habían recetado antibióticos en dos ocasiones. Además, mi alimentación en esa época era muy mala, como la de casi todos mis compañeros en el colegio mayor.

Y antes de volver a casa antes de las Navidades noté que llevaba unas semanas algo hinchado, justo por debajo del ombligo. Era delgado. Así que esto resultaba evidente y hacía que me sintiera incómodo. Pero pensaba que la causa sería toda la basura que había estado comiendo. Y las fiestas con los amigos.

De hecho, durante esas fiestas en mi pueblo me pillé una gastroenteritis muy fuerte que me duró varios días, con diarreas y vómitos. Después de eso empezó mi pesadilla de verdad: alternaba diarrea con estreñimiento. Tenía gases que hacían que me doblara del dolor y eructos durante todo el día. Además de la barriga hinchada como si fuera una embarazada de 6 o 7 meses las 24 horas del día. Sin olvidarnos de las náuseas y la pérdida de apetito (me sentía lleno todo el tiempo y a los pocos bocados sentía que ya no me entraba más comida).

Si ya era delgado antes de empezar con este infierno digestivo, ahora comenzaba lo peor. Sentía ansiedad, un principio de depresión, cansancio crónico y no podía hacer ejercicio. Además, me dolían las articulaciones y mis ciclos de sueño se interrumpieron por completo. Ya ni era capaz de estudiar.

Y os recuerdo que estaba en mi último año de carrera. Mi vida era un infierno y pocos me comprendían.

Médicos, pruebas, suplementos… y el mismo infierno digestivo

Visité a mi médico de cabecera y me derivó al especialista de digestivo. Y me realizó casi todas las pruebas habidas y por haber. Por desgracia, todas salieron negativas (con la excepción de bajos niveles de vitamina B12 y supongo que D y otras también, pero esas no me las miraron). Así que el médico me dijo que estaba como una rosa y que tomara un suplemento vitamínico. Y que todo esto tenía que deberse al estrés del último año de carrera.

Y el tío se quedó tan tranquilo.

Había confiado en que saldría de esa consulta con un diagnóstico, con un tratamiento. Y que en cuestión de días o semanas todo volvería a ser como antes. Así que te puedes imaginar que estaba hecho polvo, por no decir algo peor. Comprendí que, en otras palabras, me estaban diciendo que estaba todo en mi cabeza.

Sin embargo, no contento, visité a más médicos. Y recibí un diagnóstico: Síndrome del Intestino Irritable. Pero un pronóstico desalentador: tendría que aprender a vivir con ello. Tenía 24 años, estaba a punto de terminar mi carrera universitaria y en los mejores años de mi vida. Es más, casi estaba al comienzo de la vida. Y me estaban diciendo que debía acostumbrarme a vivir así.

Como te podrás imaginar, me desmoroné en la consulta. Ya no podía más. Y cuando comprendí la magnitud de esas palabras, me puse a llorar ahí mismo. A lo que el doctor me dijo que no era para ponerse así. En esos meses de pesadilla, de infierno digestivo no había podido continuar con mis estudios. Tampoco podía hacer ejercicio ni salir con mis amigos.

Esa era la vida que me esperaba y este personaje me estaba diciendo que no era para ponerse así.

La depresión y el sistema digestivo

En los meses siguientes me diagnosticaron además con depresión secundaria. Estaba deprimido. Deprimido porque quería seguir con mis estudios como todos mis compañeros pero no podía estudiar. De hecho, estaba demasiado enfermo y obsesionado como para poder concentrarme. Y me resultaba difícil explicárselo a mis amigos y familiares. Antes era una persona extrovertida, muy sociable y en pocas semanas me convertí en todo lo contrario.

Por ello, busqué respuestas en todas partes. Y visité muchos más médicos, naturópatas, homeópatas… También busqué en internet. Es más, me faltó poco para ir a un curandero. Me avergüenza admitirlo pero estaba así de desesperado.

De hecho, me convencí de que tenía candidiasis. Y durante el final del 2009 estuve tratándola junto con un naturópata. Pero mis síntomas no se iban. Al contrario, mi sistema inmune estaba tocado: solo en ese año me puse enfermo al menos 6 veces. Y durante el siguiente año seguí intentando descubrir qué era lo que me estaba ocurriendo.

Todavía no perdía la esperanza. No podía imaginar que algo así me pudiera ocurrir para el resto de mi vida.

La dieta paleo: el primer paso para acabar con un infierno digestivo

Entonces, a finales de 2010 es cuando descubrí la paleodieta. Lo que leía tenía mucho sentido. Y en poco tiempo me había devorado varios libros sobre el tema (Cordain, Wolf y Sisson fueron los primeros).

En seguida puse en práctica sus consejos. Así que lo primero que hice fue eliminar el pan, las pastas y todo tipo de cereales de mi alimentación. También eliminé todos los lácteos. Y me fui quitando todos los alimentos procesados. E intenté encontrar las mejores carnes que me podía permitir: ternera y pollo ecológico, pescado azul fresco, huevos del 0, verduras ecológicas, frutos secos.

Además, encargué aceite de coco para cocinar y dejé de tomar azúcar. Y en muy poco tiempo tuve unas mejoras muy notables. La dermatitis que había estado sufriendo en el último año desapareció, junto con los dolores de cabeza que tenía casi a diario. Parecía que también estaba recuperando algo de energía. Y tenía más ganas de hacer cosas ya que los dolores en las articulaciones casi habían desaparecido.

A nivel digestivo hubo una mejoría pero menos de lo que me hubiese gustado. Las náuseas habían remitido y comía con un poco más de apetito. Por primera vez en mi vida tenía esperanza y me veía capaz de volver a retomar mi vida. Y aunque seguía estando mal, al menos esta situación era más soportable que la que había pasado en los últimos dos años.

¿Qué ha ocurrido en estos últimos meses?

No quiero aburrir demasiado con mi historia, así que avancemos aproximadamente un año y medio. Después de esa primera (y notable) mejoría mis síntomas se estabilizaron. Pensaba que iba a continuar mejorando pero la realidad es que me mantuve igual.

De hecho, seguía padeciendo diarreas y estreñimiento de forma alterna. También tenía la barriga hinchada y gases. Aunque no quiero dar demasiada información y ponerme muy gráfico, pero eran tanto por arriba como por abajo. No obstante, las náuseas habían casi desaparecido. Pero el apetito no lo había recuperado del todo.

Cuando comía, al poco rato me sentía como si me hubiese zampado un banquete de boda yo solo. Durante todo este tiempo había continuado con mi alimentación paleolítica. Básicamente porque en cuanto me salía un poco notaba los efectos negativos que me recordaban a esos primeros años de sufrimiento. Y nunca más quería volver a ese infierno digestivo.

Además, me empapaba de la información que podía encontrar en todos los blogs sobre este tipo de alimentación. Porque los responsables de mi mejoría no fueron los médicos y «profesionales» que había visitado. Y a los que había pagado. Por el contrario, fueron todas estas personas que compartían lo que sabían de forma altruista.

Y fue entonces cuando me topé con un nuevo blog que me ha cambiado la vida por completo. En enero de 2013 contacté con Edurne para contarle mi historia de los últimos 4 años. Y ella no tardó en mostrar un interés y unas ganas de ayudar que me conmovieron. Me pidió los resultados de todas las analíticas que me habían realizado, además de hacerme bastantes preguntas. Y me aconsejó que me hiciera algunas pruebas más. Los resultados de estas también eran negativos. Y entonces me aconsejó hacerme una última prueba: la del sobrecrecimiento bacteriano intestinal.

La alimentación: tu aliada contra el infierno digestivo

Desafortunadamente, esta prueba no se realizaba en mi ciudad.Y, a pesar de que estaba dispuesto a desplazarme y pagar la prueba de mi bolsillo, Edurne me aconsejó que no lo hiciera. En lugar de eso, íbamos a probar con un protocolo alimentario bastante estricto. Además de con una serie de apoyos digestivos y algunos suplementos.

Ahora tomo caldo de huesos, hecho según sus indicaciones en mi nueva crock-pot, 3 veces al día. También he tenido que restringir bastantes alimentos. Y he aumentado la ingesta de otros, como la carne de pasto que he podido conseguir gracias a la página. O bien el pescado azul (incluyendo salmón salvaje una vez por semana), el aceite de hígado de bacalao fermentado y la gelatina.

Además, sigo cocinando con aceite de coco y ahora también hago ghee cada mes. Y he dejado de comer frutos secos, casi todas las frutas y muchas verduras almidonadas. Así como otras verduras que me causaban síntomas, harina de coco y todavía evito los lácteos. Las verduras que sí como siempre las cocino mucho (todavía no las tolero crudas). Yhasta ahora las tengo que tomar en puré.

De momento hemos abandonado la suplementación con probióticos que estaba siguiendo por recomendaciones que había leído en otro lugar. Además, ahora cuando como, mastico hasta que los alimentos se han convertido en líquido en el momento de tragarlos. Y por recomendación de Edurne también estoy siguiendo un programa de meditación y respiración abdominal. Y además dedico un rato diario a pasear en la naturaleza.

Resultado: casi puedo decir que me he olvidado de la pesadilla de los últimos años. Digo casi, porque todavía no estoy del todo bien. Y soy consciente de que me queda mucho camino por recorrer para acabar con este infierno digestivo.

Mi vida ya no es un infierno digestivo

Por ahora, tengo que recuperar mi sistema digestivo. Y dentro de un tiempo intentar volver a reintroducir uno a uno los alimentos que de momento no puedo comer. Pero me has dado las herramientas y el apoyo para salir del túnel. Y para poder vivir una vida como la de cualquier otra persona.

Ahora voy al baño normal, solo tengo diarrea uno o dos días al mes. Y mi vientre en general está plano, con un poco de hinchazón algunas tardes (pero pocas). Pero no tengo gases que me duelen y mis dolores articulares han desaparecido del todo.

Además, he cogido 3 kilos de peso. Duermo unas 8 horas al día y no he vuelto a tener ataques de ansiedad. Mis niveles de energía y mis ánimos también están mucho mejor. Y después del verano voy a retomar mis estudios para finalmente poder terminar la carrera. Me he esforzado mucho por salir adelante y volver a estar sano. Y ha merecido la pena.

He aprendido tanto y me siento tan agradecido por haber llegado a este punto, que quería compartir mi historia y lo que he aprendido. Para que otras personas que lean esto no se desanimen y sepan que hay una esperanza. Y que a pesar de que te la hayan podido quitar en el pasado, siempre hay algo que puedes hacer para mejorar tu vida.

Ya no siento que soy un enfermo porque no he sufrido esos síntomas que padecí durante años desde hace meses. Y estoy agradecido a que un día me topé con el estilo de vida paleo. Pues me ha guiado a este punto de mi vida. Y todo esto, Edurne, en gran parte te lo debo a ti. Porque sin tu apoyo, sin tu ayuda desinteresada, hoy no estaría donde estoy.

¿te encanta lo que lees? COMPÁRTELO.